EGIPTO...



¿Egipto? ¿Estás seguro? es lo que inmediatamente me pregunte una vez que este destino salio a flote como sugerencia para nuestro próximo viaje. Era septiembre y programábamos nuestras vacaciones dicembrinas, fue la primera opción por ser en la actualidad el país de residencia de familiares muy queridos, así podríamos pasar la navidad rodeados de aquellos que teníamos lejos desde hace un tiempo. Así, sin mucho pensar, compramos el boleto que nos llevaría a pasar unas navidades como pocas, donde los colores verde y rojo tan propio de las navidades pasadas fueron sustituidos por colores tierra y tonos grises, donde el festivo ambiente navideño fue totalmente reemplazado por el caos y el ruido tan propio de El Cairo.




El Cairo es una ciudad única, con aquellas particularidades propias de las metrópolis sobrepobladas, una capital donde cada rincón esta impregnado de un aire milenario y polvoriento más por historia que por tierra, donde la religión es dueña de esa inmensa urbe que se desenvuelve entre los límites extremos de riqueza y pobreza, de progreso y desidia, entre el esplendor de las majestuosidades que poseen y la obvia capacidad de supervivencia de sus habitantes.



 A diferencia del “turismo de autobús” que comúnmente se hace en Egipto, mi familia y yo tuvimos la oportunidad de conocer la ciudad desde otro punto de vista, sin presiones de guías y sin la barrera que representa un autobús con cortinas y aire acondicionado. Tuvimos la dicha de palpar bien de cerca la realidad de aquel país y saborear los matices de cultura y sociedad que se encuentran en sus miles de callecitas sin salida y de disfrutar de las maravillas que representan los iconos arquitectónicos de ese mundo árabe. 


La energía que se percibe en las pirámides es realmente increíble, el hecho de estar frente aquellos gigantes dueños de ese desierto por miles de años es gratificante y es imposible no sentirse abrumado por lo que representan, la grandiosa capacidad de los humanos de crear y construir maravillas que perduran por milenios.


A pesar de no recorrer todo el país en este viaje, puedo decir que Egipto es el compendio del caos y la majestuosidad de El Cairo, la cosmopolita Alejandría con su fresca brisa nacida en el azul oscuro del Mar Mediterráneo, y de aquel paraíso acotado entre el desierto, el gigantesco Monte Sinaí y el Mar Rojo, el codiciado destino turístico llamado Sharm El Sheikh, donde el estilo de vida occidental se mezcla con la esencia árabe de un país que se abre al mundo he invita sorprenderte con todo lo que tiene para ofrecer.


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